martes, 21 de abril de 2009

EL DIA QUE CONOCI A PABLETE


Conocí a Pablo, el taxista más cachondo de todo Madrid, en una cena que organizó una amiga común, por supuesto también del gremio.

Me había comprado la licencia hacia apenas 6 meses, en Julio, y esta cena fue las siguientes Navidades. Anteriormente había trabajado ya 5 años como conductora. Gracias al que fue mi jefe, que se porto conmigo como un verdadero amigo y más, pude comprarme la licencia. Cuando me independice ya no tenía la “presión” de tener que dar cuentas a un jefe (que nunca lo fue conmigo), era mi amor propio lo que me hacia esforzarme al máximo, pues era la única forma de devolverle lo que tanto me había ayudado.

En el taxi, la forma de ganar más dinero, es circulando. Si te quedas en las paradas, si te sale una carrera “mala”, ese día ya es difícil que levantes cabeza. Y eso en mis cinco años de asalariada no me lo permití jamás.

Por eso no fue hasta que me independice, que empecé a conocer a compañeros en las paradas. Como los humanos somos animales de costumbres, sin ninguna explicación unas paradas, gustan más a unos y a otros al contrario. Y no depende de que se tarde más o menos en “cargar”, son manías. En una ciudad como Madrid, nunca sabes cómo se te va a dar el día, depende sobre todo de tu suerte.

Cuando empiezas en este oficio, siendo mujer, hay algo común que todas sentimos, es el complejo de ser mujer en un mundo de hombres. El quedarte en una parada, supone que todos los que estén, empiecen a pasear por delante de tu taxi, y sin cortarse un pelo te hagan la radiografía. Se contonean, se dan codacitos, se miran un al otro, con ojitos, hacen alguna “gracia” y te miran haber si han captado tu atención. En fin, que te sientes el mono de feria.

Pero conducir durante tantas horas llega un momento, que te pasa factura, el cansancio se acumula, y llega un día que no puedes más, sacas pecho y dices aquí me paro, si me miran que me miren.

Había ido muchísimas veces a la Estación Sur de autobuses, a “descargar”, pero nunca me había atrevido a quedarme. En la parada caben como 150 taxis, si en una parada normal el “acoso” tenia tela, allí era brutal. Como la espera era larga la inmensa mayoría paseaba y al llegar a la altura de tu coche, lo normal es que uno diese un empujoncito en broma al otro, para que este, se apoyase en tu taxi. Y luego venia el coro de risitas de los que estaban pendientes, haber si salías del coche a decirles algo, y así poder hacerte la radiografía de cuerpo entero.

La taxista siempre se quedaba en su coche, para pasar lo más desapercibida posible. Yo siempre llevaba mis crucigramas, o mi cuadernillo de apuntar “cosas“, es en eso pasaba el rato.
La primera vez que me atreví a quedarme en la Sur, sabía que en cuanto pasasen unos días, pasarían de mi, con lo cual, me apechugue a aguantar sin rechistar. Cuando le toco tirar a mi fila, del coche de delante te bajo una chica, y me quede sorprendida. Se acerco a mi coche y me dijo -hola, uff, menos mal...que te he visto por el retrovisor, porque tengo un apuro…-

Me dijo que se había visto una pequeña mancha “femenina” en el pantalón al ir al servicio, y no sabía si al inclinarse al coger las maletas para meterlas al maletero se le vería. Se fue un poco delante se agacho y le hice un gesto con la mano, que tranquila, no se veía nada. Nos sonreímos, y se metió en su coche.

La siguiente vez que me llevaron, me quedé sin pensármelo, y nada más pararme la vi. Estaba charlando animadamente con dos compañeros, y me acerque a saludarla. Entre mujeres en el taxi eso es un código de honor, acoger a la “nueva” en una parada. Me presento a sus amigos y pasamos la hora de espera conversando animadamente.

A partir de ese día la Sur se convirtió en “mi” parada oficial. Una tarde, mediado el mes de Agosto, nos encontrábamos un grupo de diez ó doce, de charleta, cobijados a la sombra de los pocos árboles que allí había yo estaba la penúltima de una fila, y entre chistes y anécdotas, no me di cuenta que tiraba mi fila. Este despiste no suele estar muy bien visto, a menos que quien esté detrás de ti sea amiguete, lo normal es que te pegue cuatro voces.
Si el propietario del taxi rezagado no aparece de inmediato, el cachondeo está servido, pasaleeee, pasaleeee, jiji jaja, es un cortazo que te pasen, porque luego tienes que andar mendigando haber quien te deja ponerte delante a cargar. Cuando empezó el cachondeo, me uní al coro de voces, pasaleeee, pasaleeee, jiji, jaja.

De pronto aparece un señor muy contrariado, hablamos de unos 100 metros, agitando los brazos, era el que estaba detrás del taxi regazado. Con mirar en el salpicadero ves la tarjeta y como tiene foto es fácil reconocer al “infractor”. Al verle aparecer con tal cabreo me eche a reír a carcajadas, y seguimos con la guasa, daba voces, pero entre la distancia, y el choteo no se le entendía lo que decía. Según se va acercando le entiendo que dice -tuuuuu…la de la gorrita.que pasa???...Que no enteras de nada???-

Me calle en seco, eche a correr, y como no quería que el buen señor pensara que estaba acojonada, al llegar a su altura le dije -venga tiernito galban no te acalores que a tu edad no son buenos estos sofocones, que se me ha ido el santo al cielo, venga perdona-

Lo de Tiernito me salió del alma, porque era igualito a Tierno Galbán. Lo que no tenía yo ni idea, es que el buen señor de habitual cascarrabias, cuando se enfadaba, siempre había algún graciosillo que se lo recordaba. Ese día me gane mi peor enemigo, sin saberlo claro, porque nadie me oyó le que le dije salvo él. Y por tanto nadie me advirtió de una inquina contra mí.

A primeros de Diciembre mi amiga Carmen (la taxista de la sur), organizo una cena, se podía apuntar quien quisiera. Pablo y ella se llevaban muy bien, y a su vez conmigo también. Como Pablo sabia lo bien que nos llevábamos nunca le comento a Carmen, lo mal que le caía yo.

Total que cuando le comento lo de la cena, el se negó en rotundo a asistir si iba yo. Después de muchísimo insistirle accedió, bajo la firme promesa de que organizaría las cosas, para que ambos estuviésemos de un extremo a otro, yo no tenía ni idea de quien iba, ni de la inquina de Pablo.

Total que me puse monísima de la muerte y me presente en el restaurante. Nos sentamos y justo se quedo el hueco de mi izquierda libre, al preguntar el camarero si empezaba a servir, Carmen le comento que faltaba un compañero, que esperase un poquito. No pasaron ni cinco minutos cuando apareció Pablo, estaba guapísimo, con su corbatita y todo, más Tierno Galbán que nunca.
A mí me hacía gracia y me alegré cuando le vi. Y como una es bocazas de nacimiento, salto -COÑO!MI TIERNIN-. La cara que se le quedo a Carmén fue de nota, y a él, pa mear y no echar gota, miraba la mesa y la miraba a ella, me miraba a mí, y yo -jiji jaja que suerte, que voy a cenar al lado de mi Tiernin- Se coloco el nudo de la corbata, y muy tieso se acerco, se sentó, y ni me miro...Yo pensé que se sentía cortado por las voces que me había dado el día de marras. Y puse todo mi empeño en limar “asperezas”. -Que si ¿Tiernin te echo vino?, ¿Tiernin te pelo los langostinos?...- Entre el vino, que algo ayudó, y la complicidad de los demás, poco a poco fue relajando el mohín. Cuando terminó la cena ya no quedaba ni rastro de la inquina que Pablo me tenia.

De esa noche nació un cariño que duro hasta el día de su muerte, y que aún sigo conservando con su encantadora mujer.