sábado, 25 de abril de 2009

RECUERDOS ENCERRADOS EN UNA BOTELLA QUE UN DIA TIRE AL MAR (1ª PARTE)


Siempre he tenido el deseo de encontrarme una de esas botellas que un día alguien tira al mar, sin saber a qué manos va a ir a parar. Me veo a misma recordando, como siendo poco más que una niña, lo que más ilusión me hacía, las pocas veces que podíamos pasar unos días en la playa, era la posibilidad de encontrarme una de esas botellas.

Desde entonces he tenido la costumbre, de la misma forma que otros rezan, ó hacen otro tipo de reflexiones antes de dormir, yo siempre dedico un rato a meter en botellas tanto cosas positivas como negativas. En mi pensamiento las botellas con las cosas positivas siempre las tiro cerca, para así tener la posibilidad de recuperarlas en cualquier momento.

Pero cuando lo que encierro en mi botella imaginaria son cosas negativas, que me duelen, tiro la botella lo más lejos posible, con todas mis fuerzas, con el deseo de no recuperar jamás esa botella.

Pero el mar es caprichoso, las mareas vienen y van, y de pronto un día, cuando menos lo esperas aparece una de esas botellas que encierra en su interior cosas que no quieres recordar, paro que están ahí. Parece ser que es bueno utilizar este medio como terapia para sacar los “demonios”… así que lo voy a intentar.

Supongo que estos últimos cinco años, la botella donde estaban encerrados los recuerdos de cuatro días durísimos que viví, ha permanecido al pairo, supongo que por ese mecanismo de defensa que los seres humanos tenemos, para continuar y mirar hacia delante, sin volver la vista atrás.

Pero más tarde ó más temprano, ocurre algo que hace que te enfrentes a esos recuerdos…

El tiempo transcurrido y mi empeño en no querer recordar hace que me cueste mucho trabajo poner en orden los hechos, pues hay momentos que los tengo “clavados”, y solo necesito cerrar los ojos, para volverlo a verlo como estuviera sucediendo en este mismo momento, y sin embargo hay otros, que por más que me esfuerzo, no consigo recordar.

El día de la pesadilla, para mí era uno más. Trabajaba de noche, por lo que no me despertaba hasta pasadas las tres de la tarde. Intentaba, y lo sigo haciendo, escuchar las noticias lo menos posible, aunque siempre suelo tener la televisión puesta, no me gusta el silencio. Estaba acostumbrada a oír sin escuchar el murmullo de fondo, sin prestar atención. De escuche algo de un atentado, pero no puse mayor atención.

Soy familia muy directa de una víctima de eta, y el dolor pasado muchas veces te cura de espanto. Son ya tantos los atentados, que pensé, uno más. Me metí en la ducha, seguí mi ritual diario, me prepare un pequeño piscolabis, y me dirigí al salón.

Al sentarme frente al televisor, se me helo la sangre. Las imágenes mostraban lugares que yo tanto conocía, era la zona de Atocha. Subí el volumen, con el ensordecedor ruido de ambulancias, costaba escuchar, pero en menos de 5 minutos, fui consciente de la magnitud, de la tragedia.

Tengo que ser sincera aunque no sea políticamente correcto, no sé si a los demás les pasará, pero a mí no me afecta lo mismo, lo que ocurre a cientos de kilómetros, como lo que su sucede a mi lado, A pesar de la conmoción que sentí en ese momento, poco podía yo imaginar, que pocas horas más tarde me vería inmersa en esa tragedia y la tendría que vivir en toda su crudeza.

Si no me falla la memoria era Jueves, salí a trabajar sobre las 7 de la tarde, hice dos o tres servicios, y tras la última descarga, me dirigí, hacia la puerta del Sol. Recuerdo vagamente que había menos tráfico, no cargue por el camino y me coloque, en una parada no oficial, que hay en el kilómetro cero tenía cinco coches delante, por lo que me puse hacer crucigramas.

No habían pasado dos minutos cuando vi dos chicas miran los taxis al no ser parada oficial, si alguien tiene el gusto de no coger al primero, lo habitual es que nadie proteste, aunque por simple cuestión de ética, invites al cliente a tomar el primero por evitar malos rollos. Pero si el cliente insiste, pues lo normal es acceder, la gente a veces es muy caprichosa.

Observe a las chicas, pasar `por delante de mis compañeros, cuando llegaron a mi altura, me hicieron un gesto para que bajara la ventanilla y así lo hice -tenéis que coger el primero, les dije...-Disculpa, es que queremos hablar contigo, me contesto una de ellas.

Me baje del vehículo, y me dieron la mano. Me contaron que eran de la agencia EFE, que necesitaban disponer de un taxi durante cuatro días, para unos corresponsales de guerra, que venían a cubrir la noticia del atentado, como enviados especiales de la CNN. Les pregunte porque se dirigían precisamente, teniendo cinco compañeros delante, y me contestaron que les había parecido “más” de fiar. Que durante los cuatro días tenía que ser de alguna manera la custodia de cuatro cámaras de televisión que valían cada una 10 millones de pesetas, y que para ellos era fundamental, tener plena confianza en el taxista. Me ofrecieron una cantidad de dinero elevadísima, si me comprometía a trabajar en exclusiva para ellos durante los cuatro días.

Aunque hubiera sabido de antemano los momentos terribles que pasaría, durante esos cuatro días seguro que hubiera aceptado, de igual forma. No andaba yo precisamente, como para tener escrúpulos. Me dieron la dirección del hotel donde tenía que recogerlos a las 7 de la mañana su número de móvil, yo les di el mío, y nos despedimos.

No estaba precisamente el ambiente muy rumboso pasaron casi tres cuartos de hora, hasta que cargo el primero, el siguiente te marcho al poco rato de vacío. Y decidí no perder más el tiempo y me salí de la fila. Baje por la Carrera de San Jerónimo, sin ver una mano en alto, y me plantee si merecía la pena seguir dando vueltas, y más con la perspectiva de que ala cinco y media me tendría que volver a estar en pie.

En la esquina de Cibeles con Alcalá, una señora levanto la mano, ya casi había decido marchar para casa, y pensé, a que esta me lleva para la otra punta? Cuando la señora se acomodo, me dijo.- A Santa Eugenia….Bingo!.. Muy señora, le dije. Ella había decido por mí, me llevaba a casa. Es obvio que la conversación durante el trayecto, se centro en el atentado. Precisamente una de las bombas había estallado a pocos metros de su casa, y me contó las horas de angustia que pasó, hasta que tuvo noticias de los suyos.Pero a mediodía había recibido el mazazo de una amiga muy querida había fallecido. Precisamente venia de sus condolencias a la familia de su amiga.

La mujer me pidió disculpas por su momento de desahogo, pues lloro amargamente, mientras me lo contaba.Cuando llegamos al destino, le dije, que sería mi última pasajera del día, que me marchaba para casa, y por lo tanto si necesitaba un rato de compañía, aunque fuese una desconocida, estaba a su disposición.

Acepto mi ofrecimiento, y entramos en una cafetería, pedimos un par de coca colas y dio rienda suelta a su dolor. Me contó, que se conocían desde la infancia, y el destino había querido que sus vidas transcurrieran paralelas, llegando incluso a vivir a escasos cien metros una de la otra. Me contaba que cinco malditos minutos de la manecilla de un reloj, habían acabado con la vida de su amiga. Pues había perdido el tren anterior.

En la hora larga que estuve con ella, intente consolarla, dentro de lo que estaba en mi mano, ante una tragedia semejante. Su amiga dejaba dos huérfanos de corta edad y un marido destrozado. Cuando nos despedimos, nos abrazamos, y la vi alejarse, mientras me metía en el coche con el corazón encogido.

Poco imaginaba que eso era solo el preludio de lo que seria las siguientes horas.

Cuando llegué a casa mis hijos se sorprendieron, les conté, lo de los periodistas, estuve un rato con ellos, era poco lo que disfrutaba de mis hijos, y les propuse poner sus colchones en el salón, y seguir charlando hasta que nos durmiéramos. Desde el sofá daba gracias a mis angelitos de la guarda de poder vivir ese momento, les miraba, sonreían ajenos, al dolor que había en la calle, hicimos planes, para algún extra con el dinero inesperado que ganaría esos cuatro días. Y decidimos pasar en siguiente fin de semana en un camping.

Me dormí feliz, muy tarde casi las tres de la mañana, escuchando la respiración de mis niños, y dando gracias a Dios, nunca me importaba el día siguiente, hacía tiempo que solo disfrutaba del momento.

Cuando sonó el despertador, tardé unos segundos en situarme, pero enseguida reaccioné seguí mi ritual diaria, aunque un poco empanada, no están mis biorritmos acostumbrados a funcionar a esas horas, pero….

Cogí un bolso un poco más grande del que solía llevar, y metí unas cuantas barritas, de esas sustitutivas, zarandajas por el estilo a las que soy muy aficionada. Unas mandarinas, en fin algo que echarme a la boca, porque no sabía si podría comer algo decente.

Un poco antes de las 7 estaba en la puerta del hotel, ya estaban esperando, menos mal que estaba una de las chicas de la agencia EFE, porque de los cuatro no hablaban ni papa de español, y al otro apenas le entendía

Acomodaron sus bártulos en el maletero, aunque el que iba delante conmigo insistió en llevar su cámara encima de las piernas, la chica me dijo que en todo momento estaría en contacto conmigo, que no me preocupará por nada, y que nos veíamos en Atocha-

Apenas intercambiaron unas pocas frases entre ellos, y el que viajaba de copiloto, menos mal que
era el único que hablaba algo, pregunto, el tiempo que llevaba de taxista, y cosas así, sin importancia. Cuando llegábamos a Alfonso XII, el atasco era monumental, al fondo se veía el despliegue de unidades móviles, instaladas de prácticamente todas las televisiones del mundo. Se impacientaban, y aquello no se movía.

Pasados unos momentos, la policía empezó a abrir paso, cuando llegué a su altura me echaron el alto, se acerco un policía, y uno de los de atrás le enseño una acreditación, el policía me dijo que en cuanto los dejase abandonase la zona, pues estaba restringido el acceso. Le explique que estaba con esos señores de manera permanente, y por tanto no me podía marchar. Primera complicación. Necesitaba una acreditación visible en el parabrisas del coche, sino tendría problemas.

Por fin me dejó pasar, vi la unidad móvil de la CNN y a duras penas me dirigí hacia allí. El caos era de chupa pan y moja. Cuando sacaron sus cámaras se metieron en su unidad ´móvil, y yo allí en medio sin saber qué hacer. Poco tardó un policía en venir a darme el toque, el simpático y razonable de turno. Por más que le explicaba, el que me largará, y yo que no. Me aleje un poco del coche y el detrás de mi dándome la barrila, yo intentando llamar a la chica, pues por más que miraba no la veía por ningún lado. Y el poli sin dejarme en paz, ya mosqueada, le dije- tu estas trabajando, verdad?– Pues yo también. Cuando haciendo gala de la chulería que les caracteriza a algunos, (solo a algunos afortunadamente), me dijo a voces que sino movía el coche y me iba de allí, tendría problemas, menos mal que justo en ese momento apareció Sonia, la chica de agencia Efe. Vi el cielo abierto, ella muy educada le explico, y el poli le contesto que si no tenía autorización, le daba lo mismo si yo era taxista ó la hija del Rey, como ya estaba allí Sonia me envalentone un poquito y le dije, eso ya lo veríamos, a lo mejor te cagabas por las calicatas. Esto solo sirvió para recrudecer la gresca, y como no, me amenazo con denunciarme por desacato. Menos mal, que Sonia seguramente más acostumbrada a esas vicisitudes, ya estaba manos a la obra, intentando conseguir la acreditación.

Mientras el papelito me dieron un folio con membrete de la agencia y lo puse en el parabrisas.

El primer raund, parecía que terminaba. Estuve allí más de dos horas, dando explicaciones a cada policía que se acercaba y mostrándoles el dichoso papelito. Cerca de las diez, Sonia me indico que nos íbamos, dos de los periodistas y ella, vendría también para evitar más problemas. Querían el sito justo de la explosión, a tomar imágenes. Me dirigí hacia la calle Tellez, suspirando haber que nuevo contratiempo me esperaba, acercarse allí era una merienda de negros.

Cuando llegamos al primer impedimento, insalvable, Sonia se bajo y hablo con un poli, otro se acerco al coche y me hizo vaciar el maletero, volcar el contenido de mi bolso, en el asiento del copiloto, mis mandarinas por allí rodando, unas bragas que había cogido por si acaso, los tampax, las barritas de chocolate, en fin, toda mi intimidad, allí, cuando el buen señor se harto de hurgar entre mis pertenencias, lo metí todo atropelladamente en el bolso, y respiré hondo.

Al fin pudimos pasar. Según nos fuimos acercando, el olor, era de carne quemada, yo intentaba no mirar, había unos cuarenta o cincuenta personas, unos recogían, restos, por allí desperdigados, algunos eran humanos, los iban metiendo en bolsas de basura de las grandes, había muchas cámaras, todos queriendo captar la imagen más sórdida. Cada vez que aparecía algo, me mataban entre ellos, por tomar las primeras imágenes. Era patético verlos, parecían buitres sedientos de carroña.

A pesar de los esfuerzos de la policía por mantener la situación, bajo control, aquello era un caos.

Fue allí la primera vez que vi a dos chicas, dos más a las que seguramente no hubiera vuelto a recordar, de no ser porque las vi varias veces más y en otros lugares.

Cuando se acercaron, rápidamente fueron todos hace ellas, unas palabras desgarradas de un familiar directo de una víctima eran demasiado jugosas. Venían acompañadas de dos miembros de la Cruz roja, que impidieron que se acercaran a ellas los periodistas. Ambas lloraban desconsoladamente, iban agarradas de la mano. Cuando pasaron por delante de mi me miraron, supongo esperando encontrar el dolor compartido de ser familiar también de algún desaparecido. Yo las miré también, no sé qué cara puse y se alejaron.

Aunque intentaba no ver, mis ojos rebeldes miraban, vi los restos de un cochecito de bebé, y se me hizo un nudo en el estomago. Veía zapatos, muchos zapatos, jirones de bolsos, trozos de prendas de ropa, trozos de carne quemada, y de frente los hierros retorcidos del tren de la muerte, me metí en el coche intentando alejar esas imágenes de mi cabeza. Intente hacer crucigramas, para distraerme, pero era incapaz de poner una sola palabra. Cerré los ojos e intenté no pensar., Al rato vinieron al coche y me dijeron que nos íbamos para el recinto ferial.

Hacía más de diez años de la muerte de mi padre, y aunque el dolor se había mitigado, cada vez que volvía a un escenario de ataúdes y todo lo relacionado con la muerte, el dolor volvía, punzante, ese dolor que casi, no te deja respirar.

Cuando llegamos se repitió la misma escena, la policía, las discusiones, y por fin el permiso para pasar, era mediodía y ya me sentía emocionalmente, por los suelos, solo había dormido dos horas, pero tenía que tirar para delante.

Aparque en una zona reservada y Sonia me dijo que necesitaban que les acompañase, pues tenía que llevar las mochilas de ambos periodistas, ya que ellos cargaban cada uno con su cámara y Sonia con otra. Cuando al entramos al pabellón habilitado, como capilla ardiente, el shock fue brutal, filas de ataúdes, llenaban todo el recinto, por todas partes había personas atendidas por personal sanitario, supongo que la mayoría serian psicólogos. El silencio era sobrecogedor, apenas se oía llorar a nadie, hasta que aparecía alguien que acababa de recibir la noticia, de la identificación de su ser querido.

Sonia y sus compañeros se movían por allí como pez en el agua, grabando, preguntando, mientras yo permanecía, cual convidado de piedra, sin saber ni donde mirar. De pronto me vino a la mente el pensamiento de que en una de esos féretros estaba mi padre, y me entro una congoja terrible, entre eso y el ambiente, que te partía el alma, no pude impedir que me saltaran las lagrimas,

Al poco rato de estar allí, se armo un gran revuelo, llegaba algún pez gordo, la policía nos despejo de inmediato, solo se podían quedar los familiares. Por el despliegue intuí que debía ser de altos vuelos, el personaje, pero niegue a ver quién era.

Cuando se cansaron de grabar lo humano y lo divino, volvimos para Atocha, a toda prisa porque tenían que enviar la información. Huelga repetir, que llegar allí, seguía siendo un caos. Menos mal que ya había llegado la dichosa acreditación para el vehículo.

Desde ese punto se realizaban conexiones en directo. Y no fueron pocos los que se me acercaron al verme por allí deambulando, a preguntarme si era familiar de alguna víctima. Yo muy amable les contestaba que no, que era taxista y estaba con unos periodistas.

Poco a poco la entrada de la estación se fue llenando de velas, flores, y mensajes estremecedores, recordando a seres queridos. El ir y venir de personas era constante, unos parecían más afectados, otro, simplemente estupefactos.

Mediada la tarde partimos para Santa Eugenia, y de allí al Pozo. Repitiéndose, las mismas escenas que ya vi por la mañana, por lo que creo que algo menos me impacto. Los deje en el hotel cerca de las 12 de la noche. Y exhausta me fui para casa. Al día siguiente los tenía que recoger a las 9.Caundo llegue a casa, mis hijos estaban dormidos, les di un beso, y me acosté. Me costó dormirme a pesar del cansancio.

Al día siguiente a las nueve menos cuarto estaba en la puerta del hotel, como no estaban entré y me tome un café. Enseguida apareció Sonia. Cuando los otros dos bajaron, tomaron un café y los cuatro nos fuimos para el coche. Fuimos primero al recinto ferial, pero esta vez me pude quedar en el taxi.

Al cabo de dos horas aparecieron, nos íbamos para el cementerio de La Almudena. Sonia .me indico que me dirigiese hacia un grupo de personas que estaban en torno a un ataúd. Los tres se bajaron y cámara en ristre, se acercaron. Error. El fallecido, era un abuelo de 97 años que había muerto en su cama tranquilamente.

Decidieron que esperásemos un rato, y pronto aparecieron los primeros coches funebres, en una fila siniestra y ordenada, llegaron once, acompañados de sus correspondientes familiares.Una vez dentro del cementerio se dispersaron, seguimos a uno de ellos. La familia se negó a que tomaran ninguna imagen.

La llegada de más coches fúnebres continuo y al final consiguieron las imágenes que necesitaban. Del último coche que llego antes de marcharnos sacaron un ataúd blanco, como la mitad de tamaño de uno normal, cargaron de nuevo las cámaras y corrieron hacia ellos. El padre destrozado, accedió a contestar a Sonia, su mujer también estaba entre los desaparecidos, fue lo único que consiguió decir, en seguida unos familiares, impidieron a Sonia que siguiera preguntándole.

De allí nos fuimos para el Hospital Gregorio Marañón, en media hora habia una rueda de prensa,, en la misma puerta, hay parada de taxis, con lo que no tuve problema y aparque allí. Sonia y uno de los periodistas se bajaron, el otro se quedo en el coche, Sonia apareció con una hoja y se la dio al que estaba conmigo, este, hizo una llamada y después de decir algo que no entendí, comenzó a decir nombres.

Mientras justo al lado de mi coche un periodista esperaba, para entrar en directo, estaba colocado, con la cámara enfrente, mientras repasaba lo que tenía que decir, me sonaba que era colaborador de la Campos. Por la puerta del hospital vi salir dos chicas, me sonaban mucho sus caras, iban agarradas de la mano y las llorando. En seguida recordé, eran las de la calle Tellez...El periodista que estaba esperando la conexión, les hizo un gesto con la mano y ellas se acercaron, en ese momento se cruzaron nuestras miradas, pero no se si me reconocieron. A un gesto de una chica el periodista comenzó ha hablar, efectivamente, era para el programa de la campos, no veía el monitor, pero la oía...Las chicas mostraban una foto, de un chico, y daban los datos, yo no las oia a ellas, pero si a la Campos, y cuando dijo el nombre del chico me quede muerta, era uno de los que acaba de decir el que estaba en el coche.

Las chicas eran la mujer y la hermana de un desparecido, y la lista que le había dado Sonia al que estaba en el coche, eran los nombres de nuevos cadáveres identificados. Menos mal que no se volvieron a cruzar nuestras miradas, pero sentí una pena inmensa por ellas, no trascurriría mucho tiempo antes de que supiesen el fatal desenlace, de su búsqueda... Llamé a mi hijo al mayor, necesitaba oír su voz. Le dije que no sabía a qué hora llegaría. Y le dije que le quería, y que le dijese su hermano, que a él también.

Estuvimos ahí hasta cerca de las 8 de la tarde, de ahí, nos fuimos para Atocha, las velas y flores invadían toda la acera, la gente no dejaba de acercarse a colocar la suya, algunos se santiguaban., se quedaban un rato delante del improvisado altar, y continuaban su camino.

Poco rato después Sonia me dijo que podía marcharme, no hacía falta que les llevará al hotel.