miércoles, 22 de abril de 2009

EL HUEVO DE LA DISCORDIA


Afortunadamente los tiempos han cambiado, pero las que seáis, más o menos de mi generación, sabréis que hasta no hace mucho tiempo, la educación que se impartía en las familias era absolutamente discriminatoria.

Nacer con “pinganillo” incorporado, suponía tener patente de corso, para vivir rodeado de privilegios. Ese colgagillo situado entre las piernas masculinas, suponia que madre, hermanas, abuelas, si las había, pasaban automáticamente a convertirse en esclavas, todas al servicio del nene de la casa.

En mi caso al ser la mayor de las hermanas, me toco hacer el papel, de “tunaladora”. yo era la rebelde, la protestona, la que se subía por las paredes porque mi hermano podía llegar a casa a la hora que le pareciera. El no tenia que limpiar, se podía levantar cuando le pareciera, y por supuesto no tenía ni que hacerse la cama, pues para eso estábamos las mujercitas de la casa.
Una noche llego mi hermano y como de costumbre me tuve que poner ha hacerle la cena, pues encima al “señorito”, no le gustaba que le dejasen de lo que habíamos cenado el resto, no, no había que hacérsela cuando llegaba., y encima sin rechistar!

Con una mala leche que me salía por las orejas, me levante del sofá, y me fui para la cocina. Mi padre que era un santo, se vino conmigo, para calmarme un poco. A voces dije que como mucho le hacia un huevo frito y punto.

Puse la sarten en el fuego, el aceite, y cunado estuvo caliente, eche el huevo. Hasta ahí, todo normal. Yo seguía con el relato, que si no había derecho, que porque tenía que hacerle yo la cena….mientras mi padre, me decia que no me enfadase.

Mientras hablábamos, yo con la rasera, iba echando aceite al huevo, para que se hiciese por arriba….Con que leche, no le estaría dando a la rasera, que cuando volví la vista a la sartén el huevo ya no estaba.
Me quede estupefacta, mi padre se meaba por las patas, -pero chica, me decía, donde esta el huevo??????

Buscamos el huevo, por todos los sitios habidos y por haber, pero no apareció. Así que no me quedo otra, que freir otro, eso si, esta vez sin apartar la vista de la sartén.. Mientras tanto mi padre y yo nos partiamos de risa, elucubrando, que habría sido del huevo.

Meses más tarde, un Sábado, de esos en los que a mi madre le daba por hacer zafarrancho de limpieza, a mi hermana y a mi nos toco limpiar la cocina. Nos dijo que sacásemos la cocina de guisar, para limpiar bien por detrás. Cual no fue la sorpresa, cuando de pronto dice mi hermana, coño, apareció el huevo.

El muy cabrito, inexplicablemente, estaba pegado en el lateral de la cocina. Nunca pudimos entender como se pudo colar por el pequeño espacio que separaba la cocina del mueble aledaño, pues apenas había espacio para un folio, pero el caso es que allí estaba, más tieso que un garrote, y testigo silencioso de las injusticias que sufríamos las chicas, solo por el echo de serlo.