lunes, 20 de abril de 2009

RECTIFICAR ES DE SABIOS


No puedo precisar el día que conocí a ELVIRA. Recuerdo vagamente, que ya la conocía del “corral”,el aparcamiento de la terminal 2, donde aparcabamos, antes de inaugurarse la nueva terminal 4.

Supongo, porque no lo recuerdo, que alguien me la presentaría, Y que hasta pasado bastante tiempo, no era de las personas con quienes me apeteciese especialmente encontrarme.

A ELVIRA, le encantaba pasear, en el tiempo que esperábamos el turno para cargar, y a mi estar en mi coche leyendo, haciendo crucigramas o charlando con los amigos. Con lo cual difícil parecía, que entre ambas pudiera surgir nunca algo parecido a la amistad. Si a eso le añadimos, que soy muy bisceral, y de primeras impresiones, y como no se puede decir que me cayera especialmente bien cuando la conocí, cambiar mi opinión sobre ella, me costo un huevo y parte del otro.
La impresión que yo tenia de Elvira, era de ser una mujer apocada, sin agallas, sin opinión, sin iniciativa, sin conversación, más simple que el mecanismo de un chupete y más aburrida que un mitin de Fidel Castro. Pero poco a poco, sin saber ni como ni porque , la fui conociendo más, y descubrí a una mujer que nada tenia que ver con lo que yo pensaba.

Ella siempre contaba, que enfrentarse al taxi, fue para ella como un toro de Miura. Que lo había pasado fatal, y le había costado años adaptarse. Yo no lo entendia, pues en mi caso, pasados los primeros dias, me había adaptado casi sin ningún problema. Pero lo cierto es que Elvira tenia detrás una historia de coraje y valentía digna de admiración.

Elvira vivía felizmente casada con un taxista, tenían tres hijos, y su vida transcurria sin mayores complicaciones. Vivían con un cierto desahogo, su esposo era un buen marido, y buen padre. Que más podía pedir? Ella como buena mujer de su casa, procuraba en los dias de libranza de su marido, no tener obligaciones “caseras”, para así poder disfrutar al máximo del dia libre.

Jamás pensó el vuelco que daría su vida, tras una llamada de teléfono. Eran como las 11 de la noche, no estaba preocupada, pues un taxista nunca tiene hora de llegar a casa, todo depende de las circunstancias, de cómo se haya dado el trabajo ese día, de hacia donde te lleve el último cliente….
Estaba viendo la tele, con la cena de ambos ya preparada, esperando verle aparecer de un momento a otro. Ni siquiera cuando sonó el teléfono se asusto, pues pensó, que era él avisándola, de que llegaría algo más tarde de lo habitual.
Pero tras escuchar las primeras palabras del comunicante, se le heló la sangre y su mundo feliz se rompio en mil pedazos.
Era la guardia Civil. Su marido había tenido un accidente. A pesar que no le dijeron la gravedad exacta, ella ya supo que después de esa noche ya nada seria igual, y desgraciadamente estaba en lo cierto.
Cuando se personó en las dependencias policiales, y la primera persona que la recibió, fue un psicólogo, ya tuvo la certeza de que algo terrible había sucedido. Nadie estamos preparados para recibir la noticia de la muerte de un ser querido, pero si encima a esa terrible noticia se le añade, que el ser amado a dado su vida por salvar la de otras personas, supongo que el impacto debe ser terrorífico.
Su marido circulaba por la M-30, con una pareja de ancianos, que había recogido en la estación de Chamartín, era invierno, y de pronto se encontró con una placa de hielo, perdió el control del vehiculo, y cayeron al rio. Consiguió sacar a los pasajeros del interior del coche y los tres se mantenian a salvo encima del vehiculo, el agua les llegaba apenas por la cintura.
Pasados los primeros momentos, el taxista empezó a pensar aterrado que nadie los vería hasta que no se hiciese de día, y que era imposible, pasar allí los tres toda la noche, pues los ancianos estaban muy asustados. Pensó que era su responsabilidad conseguir ayuda como fuese. Tras mucho insistir consiguió tranquilizar a los pasajeros, y les hizo prometerle, que por nada del mundo se moverian de allí hasta que no llegase ayuda.

No sabia nadar, pero no estaban muy lejos de la orilla y pensó que si se tiraba con fuerza, conseguiría agarrarse a los juncos de la orilla. Los ancianos le perdieron de vista, pues estaba demasiado oscuro para distinguir nada. No podían precisar el tiempo que estuvieron allí, pero pasado un rato , no mucho, decían, habían escuchado sirenas, voces que se acercaban, y muchas luces a ambos lados del río. Enseguida una voz les dijo que permaneciesen tranquilos que enseguida les rescatarian. Y efectivamente así fue.

Rápidamente ambos fueron atendidos por los servicios sanitarios. Pasados los primeros momentos de desconcierto, les preguntaron que había ocurrido con el taxista, y ellos muy sorprendidos contaron como les había puesto a salvo encima del vehículo, y después se había tirado al agua en busca de ayuda. Que ellos le habían insistido, que no lo hiciese, al decirles éste que no sabia nadar. pero que él había insistido que estaban muy cerca de la orilla y podria alcanzar ésta sin dificultad, alegando ademas que era su responsabilidad, intentar salvar su vida, aún a riesgo de poner la suya pripia en peligro.

La policía no entendían nada, y pensaban que los ancianos debido al nerviosismo no se aclaraban. Pero estos insistían en contar una y otra los mismos echos, sin cambiar ni una coma.
La cuestión era, que si el taxista era quien había avisado a la policía, estaba claro, que había conseguido salir del río, y por lo tanto tenia que estar vivo. Pero donde estaba? Le buscaron por la M-30, pero no había rastro de él. Por fin se localizó la llamada, y allí se confirmo que no había sido el taxista, quien había llamado, sino un camionero que circulaba en sentido contrario y lo había presenciado todo.

Unas horas más tarde encontraron su cuerpo sin vida, unos metros más abajo de donde estaba el coche. Su mano derecha estaba aferrada a una medalla que colgaba de su cuello, y en la que por detrás solo ponía un nombre. ELVIRA
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